Temptation of Jesus

Este Miércoles “de ceniza” comienza la Cuaresma

Con la Cuaresma inicia un tiempo de práctica penitencial para la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna y la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

Durante la Cuaresma contemplamos los 40 días de Jesús en el desierto, donde Él renueva su “sí” al Padre, que acababa de reconocerlo públicamente como Hijo suyo en el Bautismo.

Jesús no ha querido valerse de su condición de Hijo para ganar nada de este mundo, sino que eligió el vaciamiento de lo material y la humildad como actitudes fundamentales en la realización de su misión.

“La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16:21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” ( Hab 4:15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.” (Catecismo 540)

Mediante el signo de la ceniza, nos disponemos a dejar de lado el orgullo y la soberbia para reconocer nuestra finitud y debilidades.

“¿Por qué se ensoberbece el que es polvo y ceniza si ya en vida se pudren sus entrañas?
Un achaque ligero, y el médico perplejo: hoy rey, mañana cadáver.” (Eco. 10:9-10)

“El Señor creó al hombre de la tierra, y a ella le hará volver de nuevo.
Dios pasa revista al ejército celeste, pero los hombres sólo son polvo y ceniza.” (Eco. 17:31-32)

Para expresar el luto, el dolor o el arrepentimiento, los antiguos israelitas solían ponerse ropas que causaban molestia, porque estaban hechas con pelo de cabra o con material muy tosco. También esparcían sobre sus cabezas polvo o ceniza (2Sa 13:19; Lam 2:10 Est 4:3; Jos 7:6; Job 2:8, Job 42:6; Is 58:5; Ez 27:30; Dn 9:3; Jon 3:6; Mt 11:21). También sentarse o acostarse sobre ceniza eran señal de duelo o de gran dolor.

“Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores “el saco y la ceniza”, los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Joe 2:12-13; Is 1:16-17; Mt 6:1-6. 16-18).” (Catec. 1430)

“¿No es éste el ayuno que yo pedí?: aliviar las imposiciones injustas, soltar las cargas pesadas, dejar ir libres a los oprimidos, y romper toda obligación tirana.
¿No es para que compartas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, sin ocultarte de tu semejante?
Entonces resplandecerá tu luz como el alba de la mañana, y de ti brotará salud con facilidad; tu justicia se adelantará a tu paso y la gloria del Señor te seguirá. Llamarás, y el Señor te responderá; clamarás, y El te dirá: “Estoy aquí.” -Is. 58:6

La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron “animi cruciatus” (aflicción del espíritu), “compunctio cordis” (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4). (Catec. 1431)

La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tob 12:8; Mt 6:1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf Stg 5:20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad “que cubre multitud de pecados” (1Pe 4,8; Stg 5:20). (Catecismo 1434)

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El camino para vencer las tentaciones

Asi como Jesús fue tentado en el desierto, nosotros también experimentaremos esta cuaresma diversas tentaciones. En revelaciones a María Valtorta Jesús nos da consejos prácticos para no ceder ante las tentaciones.

“Has visto que Satanás se presenta siempre con apariencia benévola, con aspecto común. Si las almas están atentas y, sobre todo, en contacto espiritual con Dios, advierten ese aviso que las hace cautelosas y las dispone a combatir las insidias demoníacas. Pero si las almas no están atentas a lo divino, separadas por una carnalidad oprimente y ensordecedora, sin la ayuda de la oración que une a Dios y vierte su fuerza como por un canal en el corazón del hombre, entonces difícilmente se dan cuenta de la celada, y caen en ella, y luego es muy difícil liberarse.

Las dos vías más comunes que Satanás toma para llegar a las almas son la sensualidad y la gula. Empieza siempre por la materia; una vez que la ha desmantelado y subyugado, pasa a atacar a la parte superior: primero, lo moral (el pensamiento con sus soberbias y deseos desenfrenados); después, el espíritu, quitándole no sólo el amor – que ya no existe cuando el hombre ha substituido el amor divino por otros amores humanos – sino también el temor de Dios. Es entonces cuando el hombre se abandona en cuerpo y alma a Satanás, con tal de llegar a gozar de lo que desea, de gozar cada vez más.

Has visto cómo me he comportado Yo. Silencio y oración. Silencio. Efectivamente, si Satanás lleva a cabo su obra de seductor y se nos acerca, se le debe soportar sin impaciencias necias ni miedos mezquinos. Pero reaccionar: ante su presencia, con entereza; ante su seducción, con la oración.

Es inútil discutir con Satanás. Vencería él, porque es fuerte en su dialéctica. Sólo Dios puede vencerlo. Entonces, recurrir a Dios, que hable por nosotros, a través de nosotros. Mostrar a Satanás ese Nombre y ese Signo, no tanto escritos en un papel o grabados en un trozo de madera, cuanto escritos y grabados en el corazón. Mi Nombre, mi Signo. Rebatir a Satanás únicamente cuando insinúa que es como Dios, rebatirle usando la palabra de Dios; no la soporta.

Luego, después de la lucha, viene la victoria, y los ángeles sirven y defienden del odio de Satanás al vencedor; lo confortan con los rocíos celestes, con la gracia que vierten a manos llenas en el corazón del hijo fiel, con la bendición que acaricia al espíritu.

Hace falta tener la voluntad de vencer a Satanás, y fe en Dios y en su ayuda; fe en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor. En ese caso Satanás no puede causar ningún daño.” (Extraído de “El evangelio como me ha sido revelado”, María Valtorta)

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