El decreto inexorable de la muerte y su significado en el cristianismo

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Nube
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El decreto inexorable de la muerte y su significado en el cristianismo

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:biblia: Texto bíblico: Sabiduría 2:23-24
Sabiduría 2:23-24
23 Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza,
24 pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla.
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"¡Porque eres polvo y al polvo volverás!" (Gen. 3:19b)

Hay un problema que desafía desde siempre no sólo a la inteligencia humana, sino a la misma fe, y es el problema de la enfermedad, del dolor y de su término inevitable, la muerte.

"¡Muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo en medio de sus bienes, para el hombre despreocupado, a quien todo le va bien y aún tiene vigor para disfrutar de la vida!" (Eclesiástico 41:1)

La fe poco sólida podría encontrar en ello un motivo de turbación, porque parece empañar la imagen del Dios bueno y amigo del hombre, justo en sus juicios, que no hace sufrir a sus hijos, amante de la vida y no de la muerte. El caso narrado en el libro de Job es ejemplo de cómo también para un creyente, no dispuesto en modo alguno a poner en duda su fe, el problema del dolor suscita dificultades y hasta rebeldía: no es fácil describir al Dios que permite el dolor y la muerte y que no ha librado de ella ni siquiera a su Hijo: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26:39).

La experiencia de Cristo nos revela el sentido del dolor y de la muerte, porque en él estos acontecimientos trágicos se convierten en instrumento de salvación. La Resurrección de Jesucristo es la verdad de fe fundamental de todo cristiano, es el elemento esencial de la fe cristiana (CIC 638, 991). Jesús nos asegura la resurrección de los seres humanos (Mc. 12:16-27) y afirma que Él mismo es la Resurrección y la Vida (Jn. 11:25).

La Resurrección de Jesús es entonces un evento trascendental en la Historia de la humanidad, ya que al resucitar, Cristo ha confirmado su divinidad (CIC 648, 649, 653) dando legitimidad y fuerza a todas sus enseñanzas, demostrando la efectividad de su Palabra. Mediante su Resurrección, Cristo ha demostrado su poder sobre la muerte, a la que ha vencido, para que nosotros tampoco le temamos. Es asi como por la Resurrección de Jesús adquirimos la Esperanza de nuestra propia resurrección gloriosa, que está destinada para quienes fueron justos en esta experiencia terrena, y cuya anticipación gozó la Virgen María siendo asunta a los Cielos en cuerpo y alma (CIC 974).

Es tan importante la cuestión de la resurrección que cada domingo la Iglesia hace una celebración de la Resurrección del Señor, la que se celebra de un modo mucho más especial durante la Pascua.

"Por tu causa nos dan muerte sin cesar y nos tratan como a ovejas que van al matadero." (Sal. 44:23; Rom. 8:36)

El dolor y la muerte no son excusas válidas para perder la fe. A la luz de la resurrección de nuestros cuerpos, la vida humana adquiere otra dimensión. Ya no tiene relevancia la idea necia de "darse todos los gustos en vida porque solo hay una y en cualquier momento te puede sobrevenir la muerte", una idea que fomenta el egoísmo y el desinterés hacia el prójimo, sino que cobra importancia el descubrir en Jesús cómo debemos comportarnos para que, al resucitar nuestros cuerpos, nos hallemos en gracia de Dios. En efecto, Dios creó toda alma -que es inmortal- uniéndola a cada cuerpo humano (CIC 366, 298). La experiencia terrena de la muerte, separa nuestra alma del cuerpo, siguiendo un orden natural. Y es por la resurrección que éstas vuelven a ser unidas de acuerdo a la voluntad de Dios (CIC 625), voluntad ya confirmada por Cristo.

"Porque tú tienes poder sobre la vida y la muerte, haces bajar a las puertas del Abismo y haces subir de allí." (Sabiduría 16:13)

Qué importa si la vida terrenal dura minutos o un siglo, si ni siquiera en este último supuesto puede compararse con la eternidad, cuánto es un siglo a cien milenios y cuanto cien milenios a cien eras, ni aun asi se estaría cerca de la eternidad. ¿No vale la vida eterna acaso transitar por algunos dolores a los cuales por otra parte, ni siquiera Cristo, siendo Dios, se eximió? ¿Y somos más que Dios como para desear transcurrir esta vida sin la experiencia del dolor?

El hombre no debe pretender tener una vida siempre fácil, sin dificultades, sin dolores a cambio de mantener su religiosidad, sino que más bien debe estar dispuesto a seguir las huellas de Jesús cargando las cruces de cada día, siguiendo el ejemplo de Cristo, lo que implica también que nuestra fe sea muchas veces probada mediante el dolor, de modo similar a como se lee en el libro de Job.

En espera de ello, el cristiano, dentro incluso de los aprietos del dolor y la muerte, sabe darles un sentido de purificación de nuestros pecados, de mayor confianza e identificación con el Señor, sin dejarse abatir interiormente. Su modelo seguirá siendo siempre Cristo, el cual "encomienda en las manos del Padre" su espíritu (Lc 23:46).

"Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección" (Rom. 6:5)
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