Quien es Luz de Maria

La Encarnación del Verbo en Revelaciones a Maria Valtorta

Compartimos la visión de Maria Valtorta del momento de la Encarnación del Hijo de Dios y algunas revelaciones que recibió en relación a este hecho.

Del Evangelio como me ha sido revelado

16. La Anunciación.
escrito 8 de Marzo de 1944

“Lo que veo. María, muchacha jovencísima (al máximo quince años a juzgar por su aspecto), está en una pequeña habitación rectangular; verdaderamente, una habitación de jovencita. Contra una de las dos paredes más largas, está el lecho: una cama baja, sin armadura, cubierta por gruesas esteras o tapetes – diríase que éstos están extendidos sobre una tabla o sobre un entramado de cañas porque están muy rígidos y sin pliegues como los de nuestras camas -. Contra la otra pared, un estante con una lámpara de aceite, unos rollos de pergamino y una labor de costura – parece un bordado – cuidadosamente doblada.

A uno de los lados del estante, hacia la puerta, que da al huerto, abierta ahora, aunque tapada por una cortina que se mueve movida por un ligero vientecillo, en un taburete bajo está sentada la Virgen. Está hilando un lino candidísimo y suave como la seda. Sus manitas, sólo un poco más oscuras que el lino, hacen girar rápidamente el huso. Su carita juvenil, preciosa, está ligeramente inclinada y ligeramente sonriente, como si estuviera acariciando o siguiendo algún dulce pensamiento.

Hay un gran silencio en la casita y en el huerto. Y mucha paz, tanto en la cara de María como en el espacio que la rodea. Paz y orden. Todo está limpio y ordenado. La habitación, de humildísimo aspecto y mobiliario, casi desnuda como una celda, tiene un aire austero y regio, debido a su gran limpieza y a la cuidadosa colocación de la cobertura del lecho, de los rollos, de la lámpara y del jarroncito de cobre que está cerca de ésta con un haz de ramitas floridas dentro, ramitas de melocotonero o de peral, no lo sé; lo que sí está claro es que son de árboles frutales, de un blanco ligeramente rosado.

María comienza a cantar en voz baja. Luego alza ligeramente la voz. No llega al pleno canto, pero su voz ya vibra en la habitación, sintiéndose en aquélla una vibración del alma. No entiendo la letra, que sin duda es en hebreo, pero, dado que, de vez en cuando repite “Yeohveh”, intuyo que se trata de algún canto sagrado, acaso un salmo. Quizás María recuerda los cantos del Templo. Debe tratarse de un dulce recuerdo. Efectivamente, deja sobre su regazo sus manos, y con ellas el hilo y el huso, y levanta la cabeza para apoyarla en la pared, hacia atrás. Su rostro está encendido de un lindo rubor; los ojos, perdidos tras algún dulce pensamiento, brillantes por un golpe de llanto, que no los rebosa pero sí los agranda. Y, a pesar de todo, loa ojos ríen, sonríen ante ese pensamiento que ven y que los abstrae de lo sensible. Resaltando de su vestido blanco sencillísimo, circundado por las trenzas, que lleva recogidas como corona en torno a la cabeza, el rostro rosado de María parece una linda flor.

El canto pasa a ser oración:

Señor Dios Altísimo, no te demores más en mandar a tu Siervo para traer la paz a la tierra. Suscita el tiempo propicio y la virgen pura y fecunda para la venida de tu Cristo. Padre, Padre santo, concédele a tu sierva ofrecer su vida para esto. Concédeme morir tras haber visto tu Luz y tu Justicia en la Tierra, sabiendo que la Redención se ha cumplido. ¡Oh, Padre Santo, manda a la Tierra el Suspiro de los Profetas! Envía el Redentor a tu sierva. Que cuando cese mi día se me abra tu Casa por haber sido abiertas sus puertas por tu Cristo para todos aquellos que en ti hayan esperado. Ven, ven, Espíritu del Señor. Ven a los fieles tuyos que te esperan. ¡Ven, Príncipe de la Paz!…

María se queda así ensimismada…

La cortina late más fuerte, como si alguien la estuviera aventando con algo o quisiera descorrerla. Y una luz blanca de perla fundida con plata pura hace más claras las paredes tenuemente amarillentas, hace más vivos los colores de las telas, más espiritual el rostro alzado de María. En la luz se prosterna el Arcángel. La cortina no ha sido descorrida ante el misterio que se está verificando; es más, ya no late: pende, rígida, pegada a las jambas, separando, como una pared, el interior del exterior.

El Arcángel necesariamente debe adquirir un aspecto humano; pero es un aspecto ultra-humano. ¿De qué carne está compuesta esta figura bellísima y fulgurante? ¿Con qué sustancia la ha materializado Dios para hacerla sensible a los sentidos de la Virgen? Sólo Dios puede poseer estas substancias y usarlas de esa manera perfecta. Es un rostro, es un cuerpo, son ojos, boca, cabellos y manos como las nuestras; pero no se trata de nuestra opaca materia: es una luz que ha tomado color de carne, de ojos, de cabellera, de labios, una luz que se mueve y sonríe y mira y habla.

-¡Salve, María, llena de Gracia, salve! – La voz es un dulce arpegio como de perlas chocadas contra un metal precioso. María se estremece y baja la mirada. Su estremecimiento aumenta cuando ve a la fúlgida criatura arrodillada aproximadamente a un metro de distancia de Ella, con las manos cruzadas sobre el pecho, mirándola con una veneración infinita.

María, repentinamente, se pone en pie y aprieta su cuerpo contra la pared. Palidece y se ruboriza alternativamente. Su rostro expresa estupor y turbación. Inconscientemente aprieta sus manos contra el pecho escondiéndolas en las anchas mangas. Se recoge sobre sí misma como queriendo esconder lo más posible su cuerpo: un acto de delicado pudor.

No. No temas. ¡El Señor está contigo! ¡Bendita tú entre todas las mujeres!.
A pesar de estas palabras, María sigue temiendo. ¿De dónde viene ese ser extraordinario? ¿Es un enviado de Dios, o del Engañador?

-¡No temas, María! – insiste el Arcángel – Yo soy Gabriel, el Ángel de Dios. Mi Señor me ha enviado a ti. No temas, porque has hallado gracia ante Dios. Tú concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre “Jesús”. Será grande, será llamado Hijo del Altísimo, y verdaderamente lo será. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará para siempre en la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin nunca. Comprende, santa Virgen amada del Señor, Hija bendita suya, llamada a ser Madre de su Hijo, comprende qué Hijo vas a engendrar.

-¿Cómo puede suceder esto si yo no conozco hombre? ¿Acaso el Señor ya no acoge el ofrecimiento de su sierva? ¿Es que ya no quiere que sea virgen por amor a Él?.

No vas a ser madre por obra de varón, María. Tú eres la eterna Virgen, la Santa de Dios. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, Santo se llamará el que nacerá de ti, e Hijo de Dios. Todo lo puede el Señor, Dios nuestro. Isabel, la estéril, en su vejez ha concebido un hijo que será el Profeta de tu Hijo, el que preparará sus caminos. El Señor la ha liberado de su oprobio y su memoria quedará en las gentes unida a tu nombre, como el nombre de su hijo al de tu Hijo Santo, y hasta el final de los siglos las gentes os llamarán bienaventuradas por la gracia del Señor que habéis recibido, y a ti especialmente, María, porque habrán recibido la Gracia por medio de ti. Isabel está ya en su sexto mes, y su peso, paradójicamente, la regocija, y más aún la regocijará cuando conozca el motivo de tu gozo. Para Dios nada es imposible, María, llena de Gracia. ¿Qué debo responderle a mi Señor? No te turbe ningún tipo de pensamiento. Él tutelará tus intereses si te pones en sus manos. ¡El mundo, el Cielo, Dios eterno esperan tu respuesta!.

María, cruzando a su vez sus manos sobre el pecho e inclinándose con gesto reverente dice:

-He aquí la esclava de Dios. Hágase de mí según su palabra.

El Ángel resplandece de alegría y se pone en actitud adorante, puesto que, sin duda, ve al Espíritu de Dios descender sobre la Virgen, inclinada en gesto de adhesión; luego desaparece sin mover la cortina, dejándola cerrada cubriendo el Misterio santo.”

De Los Cuadernos del 1944
18 de mayo

“(…) Nunca has pensado en esto, María, pero la Misa repite los tres puntos más importantes de mi vida como Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado.

En la Consagración, cuando las hostias se convierten en Carne y Sangre, Yo vuelvo a encarnarme como antes. No me encarno en el se­no de la Virgen, sino en las manos de un virgen. Por eso se les requie re a mis sacerdotes una virginidad angélica. ¡Ay de los profanadores, que con el cuerpo enfangado por la unión carnal, tocan el Cuerpo de Dios! Pues, si vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo y, por lo tanto, debe ser conservado casto y santo, el cuerpo del sacerdote – a cuyo mando Yo desciendo del Cielo para convertirme en Carne y Sangre y, como en una cuna, me poso en sus manos – debe ser más puro que el lirio. Y así como el cuerpo, debe serlo también la mente, el corazón, la lengua.

En la Elevación está la Crucifixión. He dicho: “Cuando Yo sea elevado, atraeré todo hacia Mí”*1 y cuando Yo soy elevado desde un altar, atraigo hacia Mí todos los estremecimientos de los presentes, todas las necesidades, todos los dolores, todas las plegarias, y con to­ do ese caudal me presento al Padre y le digo: “Heme aquí. El que se consumió por amor te pide, oh Padre, que lo des todo para estos ‘míos’, porque Yo todo lo di por ellos”.

Y en el momento en que se consuma el Sacrificio por medio de la consumición de las Hostias, Yo vuelvo al Padre mío diciéndoos como en la mañana de la Ascensión: “Yo os bendigo y permaneceré con vo­sotros hasta el fin del mundo”*2.

Por amor me encarno, por amor me consumo, por amor asciendo para perorar en vuestro favor. Lo que reina siempre en mis obras es el Amor.

Reflexiona sobre la Misa según estas luces con que te he ilumina­do. (…)”

*1 Juan 12, 32.
*2 Mateo 28,16-20.

Del Libro de Azarías

La Inmaculada Concepción y Domingo 2.º de Adviento
8 de diciembre (1946)

(…) Dios preparó a su Verbo una digna morada que María la supo conservar digna del Dios que en Ella había de encarnarse. Imitadla, criaturas; claro que en medida menor, cual corresponde a vosotros que no habéis de concebir a Cristo, si bien en aquello que os es necesario para llevar a Cristo en vosotros Dios os facilita los medios y los dones convenientes para hacer de vosotros templos y altares*. Imitad a María sabiendo conservar la morada de vuestro corazón digna del Santo que pide entrar en vosotros para gozar de vosotros y vivir entre los hijos de los hombres a los que ama sin medida.

*(Romanos 12, 1-2; 1 Pedro 2, 4-10)

Y si no supisteis imitarla y vuestra morada es a la sazón una morada profanada o desmantelada por los muchos que la han habitado, reconstruidla en María que es Madre amable e incansable engendradora de hijos para el Señor, pues es a través de María como se llega a la Vida y por eso, quien está desfallecido o muerto y no osa levantar sus ojos al Señor, puede tornar vivo y grato al Eterno si entra en el Seno y en el Corazón que dieron al mundo el Salvador. (…)

Oídla cantar con su luz perlina: “Bienaventurados los que siguen mis caminos”. Los caminos de María terminan en el Corazón de Dios. “Para que alcancéis a ser sabios, escuchad mis consejos y no los rechacéis”. Una Madre, y santa cual Ella es, no puede pronunciar sino palabras de vida. Ahora bien, ponderad qué es lo que, en la ya llena de Gracia y, por ende, de Sabiduría, habría dejado la Palabra llevada durante nueve meses en el seno y por espacio de tantos años en su regazo. ¡Sobre su regazo en la infancia y la niñez, y hasta en la muerte, en su Corazón purísimo a lo largo, en fin, de 33 años! ¡Jamás estuvo inerte el Dios-Hijo para su Madre amabilísima! Nunca lo estuvo El que ni con los hombres culpables permanece inactivo. Por eso toda la Sabiduría se derramó en toda la Pureza y María no puede hablar sino con la palabra de Dios, con aquella palabra de la que Cristo dijo que es Vida de quien la escucha. María, que sabe lo que hay en Ella, canta así: “Dichoso el hombre que me escucha, vela a mi puerta y aguarda en mi casa”. Habitáculo de Dios, sabe que quien en Ella entra encuentra a Dios. Es decir, lo mismo que Ella canta: “Quien La encuentre habrá hallado la Vida y recibirá del Señor la salvación”.

Verdaderamente, quien vive en Ella tiene salud, vida, sabiduría, gloria, alegría y honor porque Ella es todo esto al tener sus raíces en Dios mismo, fundada como está sobre el monte de Dios para ser su Templo, amada más que ninguna otra criatura por el Señor Altísimo, debiendo ser Ella eternamente la Madre del Hombre.

¡Oh palabra poco meditada y aún menos comprendida en la que se compendia toda la imagen de María! ¿Qué es María? Es la Reparadora porque Ella anula a Eva. Ella vuelve a poner las cosas desordenadas en el punto donde estaban cuando las trastocaron la Serpiente maligna y la imprudente Eva*. El ángel la saluda: “Ave”. Se dice que Ave es el nombre invertido de Eva. Mas Ave es asimismo un eco que hace recordar el Nombre Santísimo de Dios, como lo recuerda también y aún más vivamente, tal como te expliqué, el nombre del Verbo: Jeoscué.

*(Génesis 3.)

En el tetragrama sagrado formado por los hijos del Pueblo de Dios para pronunciar en el secreto templo de su espíritu el Nombre irrepetible, está contenido el Ave*. El ángel la saluda: “Ave” . La primera de las palabras con las que Dios mandó a hacer de la Toda Hermosa la Madre Santa y la Corredentora. Ave: cual si El, como realmente aconteció, se anunciara con su propio nombre para entrar a hacerse carne en un seno, en el Único Seno que podía contener al Único.

*El nombre propio divino más usado en la Biblia -unas 6.823 veces- es el de Iahweh -Jahvé ya está contenido el Ave, es una piadosa consideración, doctrinalmente exacta, pero filosóficamente fundada tan sólo en el sonido de las palabras, de las que una es hebrea -Jahvé- y la otra -Ave- latina, las cuales poseen en común la letra a y la silaba ve.

Ave, María, Madre del Hombre como Eva y más que Eva* puesto que devolviste al hombre, a través del Hombre, a su Patria, a su herencia, a su filiación y a su Gozo.

*En efecto, Eva, tras el pecado, fue y es la madre de todos los vivientes con vida mortal. María, por el contrario, la sin pecado, fue y es la Madre de todos los vivientes con vida inmortal.

Ave, María, Seno de santidad en el que se volvió a depositar la semilla de la Especie para que el eterno Abraham tuviese los hijos de los que la esterilizante envidia satánica habíale privado.

Ave, María Madre Deípara del Primogénito eterno, Madre compasiva de la Humanidad lavada con tu llanto y con la Sangre que es tu sangre.

Ave, María, Perla del Cielo, Luz de Estrella ,dulce, Belleza y Paz de Dios.

Ave, María, llena de Gracia, en quien está el Señor, jamás desunida de El que en Ti encuentra sus delicias y su descanso.

Ave, María, Mujer bendita entre todas las mujeres, amor viviente, por el Amor hecha esposa del Amor y Madre del Amor.

En Ti la pureza, en Ti la Paz, en Ti la Sabiduría, en Ti la humildad y en Ti la perfección de las tres y de las cuatro virtudes…*.

*Esto es: la fe, la esperanza y la caridad; la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Las tres primeras llamadas teologales y las otras cuatro, cardinales.

María, el Cielo delira de amor al contemplar a María elevándose su canto hasta notas incomparables. Ningún mortal, por santo que sea, puede comprender qué llegue a ser María para todo el Cielo.

Todas las cosas fueron hechas para el Verbo. Mas también todas las obras más grandes fueron hechas por el Amor Eterno en María, porque Aquél que es poderoso la amó y la ama sin límites; y el Poder de Dios está en sus manos de Lirio purísimo para que se derrame sobre todo aquel que a Ella recurre.

¡Ave! ¡Ave! ¡Ave!, María..!”

Misa del 2.º domingo de Adviento

“Ave, María, a través de la cual viene el Señor a salvar las naciones y a manifestar su gloria en la alegría del Salvador concedido al mundo.

La liturgia de la Santa Misa del 2.º domingo de Adviento se acomoda perfectamente a la liturgia de la Santa Misa propia de la Inmaculada Concepción porque, efectivamente, es por medio de María que viene el Salvador a salvar a los pueblos y a ser el Cordero que a la vez es pastor y Pastor bueno que viene a guiar a los justos a los pastos del Señor. Esos justos, simbolizados en José, apacible y justo como ovejita obediente a todos los mandados del Eterno, Pastor Supremo de los pueblos.

Y es asimismo, por medio de María que los pobres y débiles se arriesgan a obtener los medios de salvación y las riquezas eternas. Juan fue el precursor de Cristo para preparar los caminos. María, a su vez, precede a Cristo para prepararle el camino en vuestros corazones. Abridle el corazón a María y poned vuestro espíritu en sus manos maternales para que Ella lo prepare a la venida divina. Imitad a María en este tiempo de Adviento y así os hallaréis dispuestos a recibir la Navidad y sus frutos de un modo digno del elogio angélico. (…)

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