Rulers-Gobernantes

Dad al César lo que es del César. Los gobernantes.

Jesucristo fue juzgado por Poncio Pilato, gobernante impuesto por el Imperio Romano para la región de Judea, ya que los judíos se encontraban bajo la dominación extranjera. Sin embargo, Jesús nunca cuestionó la autoridad del gobernante y si este era legítimo o no, sino que se sometió a la misma, siendo obediente hasta la muerte de cruz. Exploramos las Sagradas Escrituras y revelaciones acerca de la relación entre gobernantes y gobernados, el respeto y la obediencia. Autoridad legítima o ilegítima y cómo debe comportarse el cristiano en cada caso.

Imágen: Nicolás Maduro en composición con un denario romano con la cara de Tiberio César, emperador en tiempos de la vida pública de Jesús.

Gracias a mí, reinan los reyes y establecen el derecho los gobernantes.
Gracias a mí, dominan los jefes de Estado y dictan sentencia las autoridades. (Proverbios 8:15-16)

Introducción

Recientemente se han difundido una serie de ataques en contra de Su Santidad el Papa Francisco porque no condena al gobierno venezolano en algún discurso, o bien porque su mensaje al respecto es demasiado suave, ¿pero podría el vicario de Cristo hacer algo que Jesús evitó hacer? ¿y aunque lo hiciera, acaso tiene el Papa facultad de decidir quién gobierna cada país? Si ello fuera asi la Iglesia no padecería la persecución que tiene en estos tiempos.

En el frágil contexto geopolítico mundial que se da en la actualidad, pareciera que se vuelve cada vez más común la situación de gobernantes que mantienen su poder y ejercicio de la autoridad a pesar de violar reiteradas veces sus propias constituciones nacionales. Estas violaciones suelen traducirse en limitaciones a la participación ciudadana en la vida social y un deterioro en la calidad de vida, asi como la proliferación de la injusticia en todos los sectores sociales, reduciéndose ampliamente la legitimidad de quien gobierna frente a sus gobernados. Todo esto genera malestar en los pueblos que reaccionan en la mayoría de las veces con protestas y actos de rebelión o desobediencia civil.

En este artículo exploraremos las enseñanzas contenidas en las Sagradas Escrituras, asi como en otras revelaciones relevantes, para determinar cuál es el modo correcto de reaccionar frente a esta clase de autoridades actuales que, manteniendo poder, no parecieran tener legitimidad para ejercerlo.

Al momento que Jesús inicia su vida pública, aproximadamente en el año 30 dC, los judíos se encontraban bajo la dominación del Imperio Romano, y esto no era grato para los judíos ya que junto con el dominio extranjero se recibían obligaciones impuestas que muchas veces podían ir en contra de su identidad religiosa.

Pagar un tributo a otro que no fuera el representante de Dios era una situación que escandalizaba a los Judíos. Aquellos que siendo del ‘pueblo escogido’ colaboraban con la recaudación de impuestos (publicanos) para esta autoridad extranjera, eran tratados como pecadores, tal el caso del apóstol Mateo al momento de ser llamado por Jesús.

Hubo un levantamiento por este motivo, a la muerte de Arquelao, bajo el procurador Coponius (6 d.C.), Judas el Galileo (Hch. 5:37) armó una revuelta reclamando a los judíos que no pagasen el tributo a los romanos considerado ilegítimo. Los zelotes, una de las sectas que existían junto a fariseos y saduceos, predicaban que solo Dios era el verdadero gobernante de Israel, y se negaban a pagar impuestos a los romanos. Debían pagar impuestos al César todas las personas, incluidos los siervos; los hombres desde los catorce años, y las mujeres desde los doce, hasta la edad de sesenta y cinco. Adicionalmente al impuesto romano los judíos debían pagar medio siclo que, por motivo religioso, se pagaba al Templo de Jerusalén.

En manos de Dios está el gobierno del mundo; a su tiempo le da el jefe que le hace falta.
En manos de Dios está el gobierno de todos los hombres, y él da su propia autoridad al gobernante. (Eclo. 10:4-5)

¿Es cristiano rebelarse ante quien ostenta la autoridad?

Mas arriba vimos como la dominación romana y las obligaciones impositivas generaban un conflicto entre los judíos, considerando tal vez la mayoría de ellos, que muchas de las obligaciones a las que eran sometidos eran ilegítimas, asi como la gobernación de Poncio Pilato asignado por el emperador romano. Exploramos ahora las palabras de Jesús sobre estos aspectos.

El impuesto al César
Entonces se fueron los fariseos y deliberaron entre sí cómo atraparle, sorprendiéndole en alguna palabra.
Y le enviaron sus discípulos junto con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con verdad, y no buscas el favor de nadie, porque eres imparcial.
Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito pagar impuesto al César, o no?
Pero Jesús, conociendo su malicia, dijo: ¿Por qué me ponéis a prueba, hipócritas?
Mostradme la moneda que se usa para pagar ese impuesto. Y le trajeron un denario.
Y El les dijo: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
Ellos le dijeron: Del César. Entonces El les dijo: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Al oír esto, se maravillaron; y dejándole, se fueron. (Mt. 22:15-22)
(Episodio también referido en Mc. 12:13-17; Lc. 20:20-26)

Arrestar a Jesús se había convertido en una necesidad para los dirigentes político-religiosos, pero no podían por temor al pueblo. Lo más práctico era, entonces, tenderle una trampa por el lado político civil para que el representante del poder romano se encargara de Él y así quedar ellos como inocentes ante el pueblo.

La intención es hacer que Jesús tome partido respecto a un espinoso tema que tenía dividido al judaísmo desde que Roma se había erigido como dueño y amo absoluto también del Cercano Oriente: el impuesto al emperador, causa por la cual ya se habían dado refriegas y revueltas. La pregunta podía encerrar un problema moral para algún judío de conciencia recta en relación al tema de la obediencia a la potestad civil.

La pregunta capciosa que se hacía a Cristo era de gravedad extrema. Si decía que había que pagarlo, iba contra el sentido teocrático nacional, pues sometía la teocracia al Cesar y a Roma; aprobaba a los “publícanos,” las gentes más odiadas por recaudar estas contribuciones; y hasta querían ponerlo en contradicción consigo mismo, al admitir injerencias extranjeras en el reinado mesiánico: él que se proclamaba Mesías y que sería el libertador de Israel.

La respuesta de Jesús es hábil e inteligente y no da lugar para acusarle ni de colaboracionista ni de rebelde; antes bien, deja en sus interlocutores un dilema aún mayor, pero con un gran sentido: ellos mismos tienen que establecer según el criterio de la justicia, qué es lo que corresponde a Dios y qué es lo que corresponde al César.

La moneda que lleva la efigie del césar le pertenece a él en calidad de tributo, pero el ser humano, que lleva impresa la imagen de Dios, se debe a su Creador. Por eso, si el estado llegara alguna vez a reclamar algo de lo que pertenece en exclusividad a Dios, entonces «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5:29).

A pesar que el impuesto del César podía considerarse ilegítimo, éste no obstaba al cumplimiento de las obligaciones que el hombre tiene para con Dios, por lo tanto, viniendo de una autoridad constituída (aunque fuera una autoridad de hecho) debía cumplirse. En aquel momento los judíos sentían el yugo de la dominación romana sin poder ver que esa dominación podía estar en los planes de Dios por algún propósito divino. Más tarde, cristianizada Roma, el cristianismo se iba a extender por todo el mundo.

En diálogo con Poncio Pilato Jesús da un mensaje muy claro: quien tiene autoridad la ha recibido de Dios.

Pilato entonces le dijo: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte, y que tengo autoridad para crucificarte?
Jesús respondió: Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no se te hubiera dado de arriba; por eso el que me entregó a ti tiene mayor pecado. (Jn. 19:10-11)

Por este motivo, siguiendo la enseñanza de Jesús, los apóstoles San Pablo y San Pedro son también claros en sus epístolas:

Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas.
Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación.
Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo.
Por tanto, es necesario someterse, no sólo por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.
Pues por esto también pagáis impuestos, porque los gobernantes son servidores de Dios, dedicados precisamente a esto.
Pagad a todos lo que debáis: al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo; al que temor, temor; al que honor, honor. (Rom. 13:1-7)

Someteos, por causa del Señor, a toda institución humana, ya sea al rey, como autoridad,
o a los gobernadores, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen el bien.
Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos.
Andad como libres, pero no uséis la libertad como pretexto para la maldad, sino empleadla como siervos de Dios.
Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey.
(1Pe 2:13-17)

Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra; (Tit. 3:1)

Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Flp. 2:8)

Y aunque era Hijo de Dios, aprendió sufriendo lo que es obedecer. (Heb. 5:8)

El Catecismo de la Iglesia Católica por su parte enuncia:

El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.

La más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política tiene como autor a S. Clemente Romano:

“Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio” (S. Clemente Romano, Cor. 61,1-2). (CIC 1900)

“Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país” (PT 46).
Se llama “autoridad” la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia. (CIC 1897)

¿Cuál es el límite de la obediencia que se debe al gobernante? ¿En qué casos se puede o debe desobedecer?

El Catecismo de la Iglesia Católica señala como lícito desobedecer las prescripciones contrarias a la moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio:

El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21). “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29):

Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica (GS 74,5). (CIC 2242)

También rechaza la obediencia ciega y da un ejemplo en el que de hecho existe una obligación clara de desobedecer mandatos: aquellas disposiciones que ordenan genocidios.

Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, los soldados heridos y los prisioneros.
Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales, como las disposiciones que las ordenan son crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ellas. Así, la exterminación de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenada como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas disposiciones que ordenan genocidios. (CIC 2313)

Es de notar que el genocidio abortista queda comprendido en este ejemplo que brinda el Catecismo.

En revelaciones a María Valtorta (Cuadernos de 1943 – correspondiente a las notas de fecha 23 de diciembre) Jesús, citando el libro de Esdras, dice que solo en un caso es lícito no obedecer: cuando hay una imposición de cumplir el mal.

“Los jóvenes, dice el libro de Esdras, que trabajaban, incluso los que estaban ocupados en el trabajo y no en las defensas, trabajaban con la espada ceñida al costado y preparada para la lucha. No había rebeliones al mandato que les designaba ahora para el trabajo, ahora para la defensa. Los superiores están siempre inspirados por Dios y cuando asignan una tarea deben ser obedecidos con prontitud y sin murmurar.

Todos tienen este deber. Y lo tenéis especialmente hacia Dios, Superior excelso, quien en su providencia predispone las misiones y los cambios en ellas. Ay de aquellos corazones apegados a las cosas que perecen, que se rebelan a la obediencia diciendo: “Yo me siento mejor en este estado y no quiero aquél”.

¡No quiero! ¿Cómo podéis decir que no queréis? ¿Dónde está la obediencia, la sumisión, el amor a la Voluntad de Dios que se trasluce detrás de los mandatos del hombre?

Sólo en una cosa os es lícito no querer. Cuando el hombre os impone cumplir el mal. Entonces debéis resistir y decir: “No” aunque ello os haga mártires.”

Deberes del gobernante

La misma revelación a Maria Valtorta* contiene indicaciones para los gobernantes:

Y vosotros que tenéis potestad de mando, sea en lo pequeño o en lo grande, oíd lo que os dice el Señor, que antes ha hablado a los sujetos a través del Libro y ahora os habla a vosotros.

Recordad que dirigir es doble peso que ser dirigidos. Es vuestro deber no haceros responsables de las ruinas de los demás. Los sujetos responden a Dios de sí mismos. Vosotros, por vosotros y por ellos. A la dignidad del cargo corresponde severidad de conducta hacia vosotros mismos. Debéis ser ejemplo porque el ejemplo arrastra, tanto en el bien como en el mal. Y de superiores malvados o simplemente perezosos sólo se pueden obtener sujetos malvados y perezosos.

Así en una comunidad como en un estado. Los pequeños miran a los mayores y son el espejo de los grandes. Recordáoslo.

Otra virtud después de la rectitud es la bondad. La bondad frena los instintos más que las cárceles y las prescripciones. Haceros amar y seréis obedecidos. Arrastraréis a la bondad siendo buenos. Pero ¡ay de vosotros si sois codiciosos, injustos, malvados! Seréis odiados, despreciados, desobedecidos incluso y sobre todo en los mandatos buenos que deis, y obedecidos, incluso más de lo que quisierais, en el copiar vuestra codicia, vuestra injusticia, vuestra maldad.

No os embriaguéis con vuestro honor de tal modo que seáis incapaces de entender a los sujetos en sus justas necesidades y en sus lamentos. Ser cabezas quiere decir ser “padres”. Para esto Dios os ha dado una autoridad. No para que hagáis de ella látigo sobre los menores.

No sois omnipresentes como Dios. Esto es cierto. Pero cuando se quiere se puede, por lo que se quiere. Y quien quiere saber la verdad la sabe.

Vigilancia, pues, sobre todo y todos. No necia y ciega confianza y perezoso descuido respecto a vuestros ayudantes. No todos son justos y muchos Judas están esparcidos entre las filas de los ayudantes de los jefes. No os hagáis sus esclavos mendigando su aceptación con tal de imperar. Sed justos y basta. Y cuando veis que en vuestro nombre se ejerce un despotismo culpable, procurad estar siempre en condición de libertad de obligaciones hacia vuestros representantes, de manera que les podáis reprender sin temor a que de acusados se vuelvan acusadores.

Sed honestos y justos. Honestos en no aprovecharos de vuestra condición con daño de los menores. Justos en el saber castigar a los que para ser algo han creído lícito todo sistema.

Si hacéis así siempre podréis decir a Dios: ”Acuérdate de mí en el bien, porque he hecho el bien a los que Tú me has dado”».

* (Cuadernos del 43 – correspondiente a las notas de fecha 23 de diciembre)

A su vez, el Catecismo recuerda la importancia de que las autoridades respeten los derechos de las personas.

“El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.” (CIC 1930)

¿Existe una forma correcta de deshacerse de los malos gobernantes?

Si el cristiano está sujeto a la autoridad del que gobierna ¿qué formas de defensa tiene ante los tiranos, los malos gobiernos? Esto dice Jesús en revelaciones a Valtorta:

“Las Patrias no se salvan tanto con las armas, cuanto con una forma de vida que atraiga las protecciones del Cielo.” (El Evangelio como me ha sido revelado – Cap. 590)

“No injuriéis a quien gobierna, porque no es con la rebelión contra los gobernantes como se hacen grandes y libres las naciones, sino que la ayuda del Señor se obtiene con la conducta santa de los ciudadanos, y el Señor puede tocar el corazón de los gobernantes o quitarlos de su puesto o quitarles incluso la vida, como ha enseñado en repetidas ocasiones nuestra historia de Israel, cuando sobrepasan la medida, y, especialmente, cuando el pueblo, santificándose, merece el perdón por parte de Dios y Dios retira el instrumento opresor del cuello de los castigados.” (El Evangelio como me ha sido revelado – Cap. 383)

Surge de estas revelaciones de forma clara que al haber recibido los gobernantes su autoridad de Dios, corresponde también a Dios quitarles su autoridad. Todo lo que hay que hacer es atraer la protección divina mediante la conversión del pueblo. En este sentido, en lugar de provocar a los gobernantes surge más efecto orar por ellos como sugiere San Pablo:

Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres;
por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad.” (1Tim. 2:1-2)

Oraciones por los gobernantes

Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio. Amén” (S. Clemente Romano)

Oración para pedir por un Gobernante

Señor, tú conoces bien nuestras necesidades y todas las aflicciones de nuestra vida moderna. Tú conoces el corazón de quienes nos han de gobernar. Por ello, te pedimos, con gran humildad y con todo nuestro corazón, que nos des un Gobernante según tu corazón.

Señor, danos un Gobernante que te obedezca y que te sea fiel en todo momento, como Moisés. Que genere leyes que permitan que se establezca tu Reino, un Reino de justicia y de paz. Que tenga una fe tan grande como para hacer que se abran no sólo los mares, sino los corazones; que pueda hacer brotar de la roca de la injusticia el agua viva de la caridad, de manera que no falte nada a nadie, así,  los que poco tienen no les faltará y los que mucho tienen no les sobrará.

Señor, danos un Gobernante que nos gobierne como Samuel. Un Gobernante que tenga intimidad contigo, que te conozca y respete. Que pueda conducir al pueblo en esta etapa tan importante por la que pasa la humanidad, una etapa de transición hacia un mundo cibernético y tecnologizado, que corre el peligro del individualismo y la alienación. De un mundo que se encierra en sí mismo y no ve más allá de lo material. Danos un Gobernante que nos ayude a volver a centrar nuestros ojos en lo espiritual, en lo trascendente, en lo eterno.

Danos, Señor, un Gobernante que te ame por sobre todas las cosas y que sea valiente para pelear tus batallas como lo hizo David. Que tenga tu fuerza y tu Espíritu para guiar al pueblo y establecer la paz. Que tenga un corazón humilde para que confíe sólo en ti. Un Gobernante como David, que ame profundamente a tu pueblo y que, aun en situaciones difíciles, sepa conservar la fe.

Danos, Señor, un Gobernante como Salomón, que tenga sabiduría y juicio para conducir a tu pueblo. Que con su sabiduría lleve a nuestro pueblo a gozar, como en tiempos de Salomón, de bienestar económico y de progreso, de tal suerte que hasta las naciones lejanas se admiren de lo que tú has hecho a través de un Gobernante tan sabio.

Danos, Señor, un Gobernante como Nehemías, que nos ayude a reconstruir nuestro país, hoy devastado por la inseguridad y el egoísmo de muchos de nosotros.

Finalmente, danos un Gobernante como Judas Macabeo, que nos impulse a combatir a los enemigos del pueblo: La injusticia, la pasividad, la corrupción, el abuso. Que nos conduzca en esta guerra contra nuestras pasiones y restablezca la soberanía de tu amor entre nosotros. Que podamos desterrar de nosotros el materialismo que nos destruye para poder volver a ponerte al centro de nuestras vidas.

Señor, hoy más que nunca necesitamos de tu ayuda. Guía por medio de tu Espíritu Santo nuestro corazón y ayúdanos a elegir conforme a tu voluntad. Nos abrimos a tu amor para que seas tú quien elija, a través de nosotros, a la persona que nos guiará y nos ayudará a construir tu Reino aquí en nuestro amado país.

Escucha a tu pueblo, Señor, te lo pedimos, por la intercesión de nuestra Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe, quien nos prometió tu asistencia en nuestros momentos más importantes.

Amén.

(P. Ernesto María Caro)

Lectura relacionada:

Meditación del Papa Francisco – Rezar por los gobernantes

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