Tocamos la flauta y no bailaron. Entonamos cantos fúnebres y no lloraron

Tocamos la flauta y no bailaron. Entonamos cantos fúnebres y no lloraron

Reflexión de la parábola de los niños caprichosos de la plaza (Mt. 11:16-19; Lc. 7:31-35 ). El amor se revela en nuestra voluntad de cooperar con los proyectos de Dios.

Breve reflexión del Evangelio del día

Dijo el Señor: «¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?
Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos: ‘¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!’.
Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: ‘¡Ha perdido la cabeza!’.
Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!’.
Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.»Evangelio según San Lucas 7,31-35

Esta lectura (también referenciada en el capítulo 11 de Mateo), se explica mejor entendiendo la referencia histórica a la que hace referencia. Por aquel entonces en oriente, cuando alguien moría era costumbre contratar lamentadoras profesionales (mujeres a quienes se pagaba para llorar con chillidos fuertes y agudos de modo que todos alrededor podían enterarse que había ocurrido un deceso y su correspondiente luto), y si la familia tenía recursos también se traía a flautistas profesionales para que expresaran el duelo a través de los instrumentos. La otra referencia es a canciones de alegría, la música que sonaba en una procesión nupcial yendo camino a la fiesta, tocada con panderetas y flautas.

La existencia de amor siempre queda demostrada por la buena voluntad

Evidentemente se había hecho popular un juego dinámico en el que los niños tocaban canciones de boda o bien canciones de funeral y el otro grupo de niños debía seguir el ritmo entonando las canciones correspondientes a cada uno. Podía suceder que unos quisieran jugar a las bodas y otros al funeral sin ponerse de acuerdo entre ellos. Entonces el grupo principia a cantar y a lamentar como se hace en una procesión funeral, y sugiere; “Juguemos a un funeral” pero el otro grupo continúa obstinado negándose a cooperar.

Cuando esto pasa, la reacción normal es la pregunta: ¿Bueno y entonces qué es lo que ustedes quieren?

Jesús les hace caer en cuenta a sus oyentes que con su intransigencia, con su incapacidad de dar el salto de la fe, son todavía más infantiles que esos niños: no aceptan el ascetismo de Juan, que “no comía pan ni bebía vino” en el marco de un tiempo de penitencia para preparar la venida del Mesías, y fue tildado de “endemoniado” (7,33), ni aceptan tampoco el carácter festivo de la llegada de Jesús equiparable al esposo y los preparativos para la boda, a quien llaman “comilón, borracho, amigo de publicanos y pecadores” (7,34).

Asi, dice, la sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos, es decir, por los pequeños, los humildes, porque ellos saben reconocer la verdad y no tienen malicia. “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado.” (Mt. 11:25b,26)

Reflexionemos

  • ¿Me he comportado como estos niños caprichosos, que se negaban a hacer su parte o cumplir su rol, al no poner toda mi voluntad para aceptar las señales y los llamados de Dios en mi vida?
  • ¿He puesto obstáculos a Dios por no haber dado mi voluntad cuando debí hacerlo?
  • ¿Cómo puedo comenzar a demostrar buena voluntad para los proyectos a los que Dios me llama hoy?

 

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